PAUL MORAND

Un cosmopolita con esa curiosidad aislada de los monumentos, paseos públicos y los museos, entrando “en cada nación bien cuidada con ese olor espantoso de las personas que han viajado toda la noche.” Uno podría detenerse a ubicar con firmeza a este inspector especial de los ferrocarriles y hoteles internacionales. En cada estación se nos escurriría y al día siguiente tendríamos su fotografía en la temperatura de otras fronteras. Nos tendería la mano en Berna y después, al devolverle el saludo, ya él habría inflado el mediodía de Constantinopla. Entre los nuevos escritores de Francia, Paul Morand, se nos aparece como el más interesante, al lado de la dispendiosa imaginación millonaria de Valery Larbaud. Sin embargo, Morand no traza sus figuras por encima de las fronteras. Monta su cabaret curioso y el monóculo ubica la actitud local con su cielo, sus ciudades, sus mujeres, y la farsa apenas si se parece a las demás y cada una tiene su cartel de interés llamador e inconfundible, como saludar en diversos idiomas. En ese ferrocarril pintoresco de “Cubert la Nuit” amanece uno en Barcelona como en su casa, además de una mujer y una tormenta, donde “el cielo se rasga como una pieza de seda”. Ella es la viuda de un revolucionario, un revolucionario auténtico junto al que florecieron con estrépito esas encantadoras bombas Barcelonesas. La mujer recuerda a su héroe y luego “se enjuga una lágrima con el pañuelo de encaje, del tamaño de un sello”. Después habla de España, especialmente de Barcelona, donde “se fabrican casas con pasta de vidrio, y los autos pueden subir hasta el quinto piso”. Allí “la artillería invade las plazas, las ametralladores los monumentos y se dispara a mansalva. Se detiene a domicilio, se inspecciona hasta de noche, se juzga sin abogado ni testigos, etc., y la verdad queda oculta para cincuenta años.” El curioso inspector de atmósfera internacional le escucha sonriendo y enamorándose a veces, al lado del anfitrión don Samuel Pacífico, profesor de Historia del Liceo Luis el Grande. La viuda aceptaría invitaciones telegráficas desde Pekín, ya “que no le gusta estar sola, porque todas las noches siente golpes misteriosos en la persiana, y cuando abre el armario para sacar una camisa ve dentro a una monja.” Se llama Remedios, como es de suponerlo, se deja querer por el viajero y le enseña el castellano haciéndola pronunciar mil veces la frase: “PAJARITO DE LA JAULA ROJA”. Luego el amor se acerca distancia entre “la guardia civil con botas, más la banda militar con alpargatas, los toros, el alcalde. En una pieza de hotel el amor tira por fin sus cartas y afuera, a veinte metros, un agente vigila a la revolucionaria. Un atentado y luego Remedios a la cárcel. De todas maneras, muy luego “el Oriente-Express arrastraba en la noche su clientela hebdomadaria hacia Turquía.

Día frío: Pettoruti.

Y otra escena, sólo cambiando el color atmosférico, desde Constantinopla a Roma y desde allí a París de nuevo, la NOCHE DE LOS SEIS DIAS. Recién entrado o salido el sol, a Hungría. Allá una mujer se llama Zael y tiene un amigo ruso, Apotheos, “con unos modales irresistibles, según ella, menos cuando la muerde el brazo hasta el hueso, de alegría.” Después a la Noche Nórdica, en la que una encantadora Aino se le entrega tirándole al cuello y al alma este curioso arrullo: “Eres un cochino internacional”. Es difícil hablar de la técnica constructiva de Paul Morand. Su originalidad danzarina hace brincar el análisis y todo el mundo participa de su fiesta maravillosa y rápida. Se va a sus libros, y los trenes, los hoteles, las mujeres, giran como un cinematógrafo donde el color de cada escena tuviera sonidos. Con Valero Larbaud, Philipe Saupault, Joseph Delteil, Pierre Girard, Pean Giradoux, Paul Morand forman un nuevo mapa mundi para la curiosidad moderna. La obra de Paul Morand, no está ubicada en un punto esencial y aparece como las estaciones a la orilla de las señales espectaculares. Después de “Ouvert la Nuit”, llega a “Fermé la Nuit” y allí concluye su vuelta al planeta comenzada con “Tendress Stock”. Luego se detiene dos metros y hace explotar la cinta estrepitosa de “Lewis et Iréne”. Grandes volteretas amorosas y financieras sacuden a los tahures del “sprit” de este libro equilibrista. Entre el movimiento financiero del Consejo de Administración de la Anglo-Africana y otras compañías de productos jardineros como el caucho, la locura, el oxígeno, etc., la historia de Lewis va a saltos, continuando, invadiendo. Todo entre el circo de color de Paul Morand y su barómetro de pájaros sueltos. Las imágenes aparecen entre las palabras como espacios inflados y se van precediendo o cerrando la raya del relato, como en Delteil, Giradoux, Saupault, etc., el argumento no es la fuerza de la novela, sino un simple elemento o escenario de imprevisto donde se mueren los personajes, las palabras, como si saltaran de la batuta del director de una orquesta silenciosa y solamente animada por la luz o la sombra, según el tiempo y la voluntad. Y todo rápidamente. Es una tarea difícil demostrar en cuatro líneas el valor artístico de un escritor como Paul Morand. Hay que entrar en su red abierta o si es posible detenerse a la orilla del color de sus trenes internacionales, rompe-túneles como gaviotas atravesando las esterillas del cielo.

ROSAMEL DEL VALLE