UNA NOVELA DE GERARDO SEGUEL

a

En fin.. El sol colgado de los últimos árboles, los últimos árboles de la tarde; el agua de la tarde entre nuestros pasos. Así subimos en el bosque que a cada paso creaban nuestros ojos. Abrió la mano; sentí volar la noche diciendo ADIOS. Yo tomé sus 2 manos para que no deshojaran completamente. Recuerdo que de su pecho nacían las violetas tristes de la niebla.

b

Al día siguiente, me vino a ver. Yo no esperaba sus ojos de novela, ni las flores que bajaban del sol con solo nombrarlas. La pequeña ventana se abría como un libro, una mano parecía. ¿Hablaré de las enredaderas, pinceles de la primavera, donde el sol escribe los nombres de todos los amantes de la tierra?

c

Aquel día la noche llegó descubriéndose a pasos precipitados, descubriéndose de las cintas blancas de sus horas más claras, después de abandonar la corbata de arreboles sobre las cerros viajeros. Una estrella como un número 5 se desnudaba desde un árbol enlutado. Sentí la aproximación de un gran vacío, la emoción que se introduce al acercarse a un pozo y contemplar el fondo lleno de signos callados; la impresión del que espera un día de sol, y amanece lloviendo o del que rompe su traje más querido en el primer día de uso. Un péndulo continuo paseaba sobre mi corazón. ¿Habéis sentido descender vuestro espíritu distancias imaginarias, mientras la noche cierra un arco mudo sobre vuestras cabezas? Ya no se podía dudar. Ahí estaba el día próximo del alejamiento, llamando desde fuera de la puerta, apresurando nuestros pasos. Y era imposible robarle siquiera un minuto, que hubiera sido más hermoso que una estrella. Los parques en esa hora estarían, sin duda, sosteniendo a tantos amantes, como las letras mayúsculas en la página de un libro. Allá estaría indudablemente Orlando con Aida, la niñita que tiene la voz como un vaso tibio.

d

Volvimos al bosque entre los primeros pedazos nocturnos de una primavera de papeles desconocidos. La primavera descolgándose ágilmente en arañas de algodones rubios desde los árboles más claros.

Bañista: Archipenko

Ahí estaban los caminos acariciados por tantos amantes. Apenas se oían sus voces de pañuelos fragantes o veíamos los cigarrillos impertinentes como moscas de fuego, analizando el aire recién bañado. Corrimos como si fueran nuestros primeros juegos, cortando por la mitad las frases de amor que solían pasar a nuestro encuentro. Cuando los amantes pasan, queda la sombra de las palabras danzando detrás como si fueran el suave calor con que quedan los guantes que se acaban de dejar. De vuelta encontramos en casa a Aída, que esperaba componiendo la primera frase con que había de recibirnos: –Oye, te vinieron a ver. Más tarde, cuando salí sólo, las calles como nunca, caminaban hacia el sur, dejándome muy solo atrás, como abandonándome hacia la popa de ellas. Al dar vuelta una esquina, me encontré con Orlando y mi amigo Juan.

e

Hoy, cuando volví, de noche a mi pieza, sentí que ELLA brotaba desde cada cosa como la fragancia del verano que siempre dura más allá de la fecha de los calendarios. Es cierto que está muy lejos, pero aquí está el retrato de cada palabra suya, sosteniendo estas diarias horas de metal. –Fíjate, todos estos retratos te vieron y– dado el caso– sabrían nombrarte, talvez. La pequeña ventana se abre como una estampa sobre el cielo. Más allá todo el alfabeto de estrellas de todas las edades y de todos los colores, como las hojas, como las palabras o los libros, posiblemente. Mientras tanto, una estrella está parada moviendo las manos en el costado del cielo, una estrella como un número 5.