ERRORES DEL MARXISMO

Los Sub-parásitos

La concepción marxista de la concentración de los capitales en un pequeño número de manos y del lanzamiento de los desposeídos al seno del proletariado, es justa en el fondo, si bien no reviste un carácter tan esquemático. No es un teorema matemático, como suelen repetir complacientemente los discípulos del maestro. Estos lógicos implacables– o que por tal se tienen– usan a menudo anteojeras y no ven más que el frente de las cosas. Todos los dogmáticos tienen éste común defecto; pues, absorbidos enteramente por la demostración del problema planteado, a priori, descuidan ciertos factores para no torcer la solución esperada. Examinemos si verdaderamente la pretendida ley de la progresiva incorporación de la clase media al proletariado, que no es, en suma, sino un hecho fuertemente pronunciado como tendencia, es tan rigurosa como se pretende, hasta el punto de que la clase obrera deba sacar de esta consecuencia económica fatal su fuerza revolucionaria. Si así fuese, aumentaría el número de productores; la fábrica, el taller y el campo engrosarían con nuevos y numerosos asalariados. Verdad es que no puede emplearse más obreros de los precisos para producir, puesto que los capitalistas están obligados a reducir la producción por serles imposible crear más productos que los que exige el consumo, a pesar de las salidas buscadas en el exterior. Pero, entonces, ¿qué es de aquellos a quienes el capitalismo trituró con sus mandíbulas insaciables? ¿Dónde están? ¿Poblando los asilos nocturnos? ¿Vagabundeando por las calles? ¿Van errantes por las carreteras buscando la pitanza y el retiro? Yo ignoro, sin embargo, que haya aumentado sensiblemente el número de trabajadores de ocasión, de vagabundos y de errantes. En todo caso, no se ha engrosado con todos los desposeídos del capitalismo. Cierto que la desaparición de los pequeños industriales, comerciantes y obreros agrícolas es bastante rápida, pero el número de los trabajadores útiles no aumenta. ¿Dónde van? ¿Qué ocupaciones son las suyas? Aquí es donde comprobamos un hecho que se afirma cada vez más: el aumento de los sub parásitos; es decir, de los que no hacen un trabajo útil de productores, tal como los funcionarios de toda categoría creados por el Estado, los intermediarios destinados a hacer el servicio a la clase capitalista, los reclamistas, los tratantes, etc. Todos estos sostenedores– o barateros– de los verdaderos parásitos y del Estado, se aumentan generalmente con los brazos no utilizados en la producción; y digo generalmente porque también los hijos de proletarios, un poco instruidos, se evaden lo más que pueden del taller donde trabajan sus padres y anhelan coger la pluma, el plumero o la escoba en vez de la herramienta, demasiado pesada ya para sus manos débiles. Pueden entonces ser reemplazados por los desposeídos; más, sea lo que fuere, el resultado es el mismo: conservación casi normal de productores y fortísimo aumento del número de individuos ocupados en profesiones exclusivamente parasitarias por lo improductivas, acentuándose así el despilfarro, ya formidable, de fuerzas humanas. Los campos, por ejemplo, se despueblan no tanto a consecuencia de la concentración de la propiedad en un pequeño número de manos como por la extensión del maquinismo. Escardadoras, guadañadoras, recolectoras, han suprimido un gran número de brazos; los arados modernos han reemplazado a los rudos cavadores viñadores, y la gente moza desocupada ha ido a engrosar las ciudades del contorno. ¿Los atraía la alta chimenea de la fábrica o el zumbido del motor del gran taller? A veces sí; pero la mayor parte de ellas fue la oficina donde se raspa papel, el almacén moderno donde se araña al comprador, la habitación lujosa del burgués dónde se sacude el polvo o, bien ataviado y perfumado, se sirven los manjares apetitosos sobre la mesa donde mariposean convidados selectos. El éxodo ha adquirido grandes proporciones. Sin embargo, la población global del país aumenta, y este exceso de población unido a los desposeídos, no pudiendo llenar fábricas y talleres, donde las épocas de paro forzoso son ya demasiado penosas de soportar por los trabajadores habituales, forma un contingente destinado a otras ocupaciones. Está llamado a reforzar el funcionarismo al servicio del Estado y a participar en la vida propia de la clase capitalista. Los rodajes múltiples y complicados del incoherente régimen económico que padecemos, lo permiten holgadamente. Cada nueva ley fabricada por nuestros gobernantes, al crear nuevas obligaciones necesitan nuevos funcionarios. Y, de modo análogo, los capitalistas, con sus sociedades industriales, sus almacenes inmensos y la concurrencia desenfrenada que se hacen entre sí, vence en la necesidad de mantener todo un ejército de intermediarios, de viajantes, de reclamistas, etc. ¡Son legión los que recorren ciudades y campos ofreciendo, en nombre de tal o cual casa, productos de todas clases¡ Y los viajantes, los comisionistas en vinos, en productos agrícolas, en qué sé yo cuántos artículos, ¿no los encontráis a cada instante? Y este despliegue de fuerzas, útil a los capitalistas para su tráfico y para la competencia que se desarrolla entre todos ellos, pero inútil para la producción, engendra una contabilidad complicada, obliga a llevar numerosos libros, a expediciones a todas partes y, por consiguiente, a colocar nuevos dependientes, empleados, contables, escribientes. El número de criados ha experimentado igualmente una gran recrudescencia. Los burgueses acomodados, los pobretes enriquecidos y pretenciosos han aumentado el personal de su servidumbre. Todos estos señores, imitando a la antigua nobleza, mandan sobre numerosos servidores, aunque sólo sea para hacer olvidar a la multitud su origen plebeyo. Después de haber explotado a millares de trabajadores, escatimando todo lo posible sus mezquinos salarios, o empleando para enriquecerse los medios más inescrupulosos, gozan afirmando su autoridad sobre una turba de criados. No se ha desencadenado la concurrencia solamente de taller a taller, de fábrica a fábrica, de comercio a comercio; se manifiesta asimismo en un lujo idiota, en un tren de casa insolente. Deslumbrar al vecino es ahora la gran preocupación de los que lograron medrar. Por otra parte, los hijos de labradores, de viñadores, de proletarios, arrancados a la producción útil, desarraigados de sus habilidades profesionales y sacrificando su relativa independencia, han trocado el mango del azadón, los cuernos del arado o la herramienta por un mandil blanco de mozo de servicio o una rodilla de fregador de platos. Así es como se aumenta la clase de los no productores, de los inútiles. Por lo demás, es una evolución fatal del régimen capitalista. En efecto, los capitalistas no necesitan ya poner los pies en el taller; no tienen más que dejarse vivir. Sus ocupaciones se limitan a las futilezas de la caza, de las recepciones y del automóvil que confiere el dinero rápidamente adquirido. Tal le ocurría a la antigua nobleza, que, al dejar de guerrear, y en plena decadencia– que parecía ser su apogeo– no llenaba ya los castillos y la corte sino con el ruido de su fausto inútil. Pero todos esos intermediarios, empleados, tratantes, etc., ¿qué harán en el momento de la Revolución? ¿Estarán con nosotros o contra nosotros? Es según... Generalmente encuentran envidiable su posición. Su mismo aspecto exterior los aproxima a los burgueses, y por contacto se impregnan de los prejuicios y de los modales de éstos. Es, pues, difícil sembrar en sus cerebros, que se hicieron obtusos con la sumisión y la obediencia, algunas partículas de nuestras ideas. Si el proletariado aumenta su fuerza intensiva revolucionaria, la burguesía y el Estado aumentan igualmente sus fuerzas conservadoras. Esto constituye un pequeño desgarrón a las teorías de Marx, pero no es culpa nuestra. Nos limitamos a hacer constar un hecho; eso es todo. ¡Y decir que hay, sin embargo, gentes que, no previendo el peligro que acabamos de esbozar, quieren absolutamente aplazar la Revolución para las calendas griegas, a fin de prepararla mejor! No se aperciben de que el régimen burgués prepara, hasta sin saberlo, una resistencia más grande.

SIMPLICIO.