POESIAS

El barco de los adioses Desde la eternidad navegantes invisibles vienen llevándome a través de atmósferas extrañas, surcando mares desconocidos. El espacio profundo ha cobijado mis viajes que nunca acaban. Mi quilla ha roto la masa movible de icebergs relumbrantes que intentaban cubrir las rutas con sus cuerpos polvorosos. Después navegué por mares de bruma que extendían sus nieblas entre otros astros más claros que la tierra. Después por mares blancos, por mares rojos que tiñeron mi casco con sus colores y sus brumas. A veces cruzamos la atmósfera pura, una atmósfera densa y luminosa que empapó mi velamen y lo hizo fulgente como el sol. Largo tiempo nos deteníamos en países domeñados por el agua o el viento. Y un día –siempre inesperado– mis navegantes invisibles, levantaban mis anclas y el viento hinchaba mis velas fulgurantes. Y era otra vez el infinito sin caminos, las atmósferas astrales abiertas sobre llanuras inmensamente solitarias. Llegué a la tierra, me anclaron en un mar, el más verde, bajo un cielo azul que yo no conocía. Acostumbradas al beso verde de las olas mis anclas descansan sobre la arena de oro del fondo del mar, jugando con la flora torcida de su hondura, sosteniendo las blancas sirenas que en los días largos vienen a cabalgar en ellas. Mis altos y derechos mástiles son amigos del sol y de la luna y del aire aromoso que los penetra. Pájaros que nunca han visto se detienen en ellos y después en un vuelo de flechas, rayan el cielo, alejándose para siempre. Yo he empezado a amar este cielo, este mar. He empezado a amar estos hombres... Pero un día, el más inesperado, llegarán mis navegantes invisibles. Levarán mis anclas arborecidas en las algas del agua profunda, llenarán de viento mis velas fulgurantes... Y será otra vez el infinito sin caminos, los mares rojos y blancos que se extienden entre otros astros eternamente solitarios...

Los Héroes Como si los llevara dentro de mi ansiedad encuentro los héroes donde los busco. Al principio no supe distinguirlos, pero ya enrielado en las artimañas de la vida, los veo pasar a mi lado y aprendo a darles lo que no poseen. Pero he aquí que me siento abrumado de este heroísmo y lo rechazo cansado. Porque ahora quiero hombres que doblen la espalda a la tormenta, hombres que aúllen bajo los primeros latigazos, héroes sombríos que no sepan sonreír y que miren la vida como una gran bodega, húmeda, lóbrega, sin rendijas de sol. Pero ahora no los encuentro. Mi ansiedad está llena de los viejos heroísmos, de los antiguos héroes.

La Lucha por el Recuerdo Mis pensamientos se han ido alejando de mí, pero llegado a un sendero acogedor rechazo los tumultuosos pesares presentes y me detengo, los ojos cerrados, enervado en un aroma de lejanía que yo mismo he ido conservando, en mi lucha pequeña contra la vida. Sólo he vivido ayer. El ahora tiene esa desnudez en espera de lo que desea, sello provisorio que se nos va envejeciendo sin amor. Ayer es un árbol de largas ramazones, y a su sombra estoy tendido recordando. De pronto contemplo sorprendido largas caravanas de caminantes que, llegados como yo a este sendero, con los ojos dormidos en el recuerdo, se cantan canciones y recuerdan. Y algo me dice que han caminado para detenerse, que han hablado para callarse, que han abierto los atónitos ojos ante la fiesta de las estrellas para cerrarlos y recordar... Tendido en este nuevo camino, con los ávidos ojos florecidos de lejanía, trato en vano de atajar el río del tiempo que tremola sobre mis actitudes. Pero el agua que logro recoger queda aprisionada en los ocultos estanques de mi corazón en que mañana habrán de sumergirse mis viejas manos solitarias...

Canción Mi prima Isabela... Yo no la conocí a mi prima Isabela. He atravesado, años después, el patio ajardinado en que, me dicen, nos vimos y nos amamos en la infancia. Es un sitio de sombra; como en los cementerios, hay en él árboles invernizos y endurecidos. Un musgo amarillo rodea las cinturas de unas tazonas de greda parda recostadas en el patio de estos recuerdos... Allí fue, pues, donde la vi, a mi prima Isabela. Debo de haberle puesto esos ojos de los niños que esperan algo que va a pasar, está pasando, pasó... Prima Isabela, novia destinada, corre un caudal continuado y eterno entre nuestras soledades. Yo desde este lado echo a correr hacia valles que no diviso, mis gritos, mis acciones, que regresan a mi lado en ecos inútiles y perdidos. Tú desde el otro lado... Pero muchas veces te he rozado, Isabela. Porque tu serás, –¡quien sabe dónde!– esa recogida mujer que, cuando camino en el crepúsculo, cuenta desde la ventana, como yo, las primeras estrellas. Prima Isabela, las primeras estrellas...

Vientos de la Noche Como una bambalina la luna en la altura se debe cimbrar. ¡Vientos de la noche, tenebrosos vientos! Que rugen y rajan las salas del cielo, que pisan con pies de vacío los techos. Tendido, durmiendo mientras que las ebrias resacas del cielo se desploman bramando sobre el pavimento. Tendido, durmiendo, cuando las distancias terminan y vuelan trayendo a mis ojos lo que estaba lejos. ¡Vientos de la noche, tenebrosos vientos! ¡Qué alas más pequeñas las mías en este aletazo tremendo! ¡Qué grande es el mundo frente a mi garganta abatida que canta temblando de miedo! ¡Sin embargo, puedo, si quiero, morir y tenderme en la noche para que me arrastre la rabia del viento! Morirme, tenderme dormido, volar en la violenta marea, cantando, tendido, durmiendo! Sobre los tejados galopan los cascos del cielo. Una chimenea solloza... ¡Vientos de la noche, tenebrosos vientos!

Pablo Neruda.